Desde que tenemos uso de razón, a las mujeres nos enseñan que hay una misión sagrada en la vida: cuidar. Y no solo cuidar bebés, casas y emociones ajenas, sino también un ente especialmente delicado… el ego masculino.
Nos programan para no ser "muy directas", para decir que sí cuando queremos decir que no, para disfrazar nuestras opiniones y deseos con tal de no incomodar. Y así, con cada "buena hija", "buena novia", "buena esposa", "buena madre", nos alejamos de lo más importante: ser felices antes que ser complacientes.
El sexo, para muchas mujeres, ha sido menos una experiencia de disfrute y más una actuación. Una coreografía bien ensayada de gemidos, suspiros y arqueos de espalda que no necesariamente reflejan placer real, sino la necesidad de hacer sentir bien al otro.
Y aquí entra el gran tema: fingir orgasmos para cuidar el ego masculino.
¿Por qué seguimos fingiendo?
Porque nos enseñaron que el placer de los hombres es lo más importante en la ecuación.
Porque "se puede sentir mal si le dices que no llegaste".
Porque el sexo sigue girando en torno a su validación.
Fingimos porque creemos que si no lo hacemos, él se frustrará.
Fingimos porque no queremos lidiar con la conversación incómoda de "no me gustó tanto".
Fingimos porque, en el fondo, sabemos que el mundo nos ha enseñado que nuestra sexualidad está al servicio de la de ellos.
El ego masculino y su efecto en nuestro placer
Nos enseñaron a proteger el ego masculino incluso a costa de nuestro propio placer. Desde no corregir a un hombre que nos está tocando mal, hasta hacerle creer que nos hizo llegar al clímax cuando ni cerca estuvimos.
🔸 ¿Y si se enoja?
🔸 ¿Y si se siente menos hombre?
🔸 ¿Y si se frustra y deja de intentarlo?
Todas esas preguntas son una trampa.
Porque, ¿y nosotras qué?
Nosotras somos las que nos quedamos con un deseo insatisfecho.
Nosotras somos las que terminamos sintiéndonos culpables por no haber disfrutado.
Nosotras somos las que tenemos que lidiar con una vida sexual que no nos llena.
Fingir un orgasmo no ayuda a nadie (ni siquiera a ellos)
Actuar el placer no solo nos perjudica a nosotras, también los engaña a ellos.
Si fingimos, ellos creen que lo están haciendo bien.
Si nunca les decimos lo que realmente nos gusta, nunca van a aprenderlo.
Si seguimos perpetuando la mentira, nunca vamos a conocer el placer genuino en pareja.
Es hora de cambiar el juego.
Juguetes sexuales: ¿rival o herramienta pedagógica?
Si hay algo que pone a prueba el ego masculino, es el uso de juguetes sexuales. "¿Por qué necesitas un vibrador si me tienes a mí?"
Los juguetes no vienen a reemplazar a nadie, vienen a sumar, a educar, a abrir nuevas puertas.
Son una herramienta para explorar lo que nos gusta, para conocernos y para enseñar.
Si un vibrador nos ayuda a descubrir cómo nos gusta ser estimuladas, entonces no es un enemigo, es un aliado.
Si él se siente amenazado porque su competencia es un aparatito de silicona, tal vez es hora de que deje de competir y empiece a aprender.
Mi recomendación personal es que comiences por algo pequeño, como una bala vibradora.
En Juguito de calzón tenemos juguetes de apariencia tierna e innofesiva, para que tu hombre no se sienta emasculado con su presencia.
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El placer no es un premio, es un derecho
No venimos al sexo a hacer sentir bien a alguien más, venimos a disfrutar. Y si no estamos disfrutando, hay que decirlo.
No es nuestro trabajo proteger egos.
No es nuestro deber fingir satisfacción.
No es nuestra responsabilidad cargar con su autoestima.
Es hora de dejar de fingir.
Es hora de dejar de complacer y empezar a sentir.
Porque el placer no es un regalo que nos dan. Es algo que nos pertenece, y no lo tenemos que pedir con permiso ni con disculpas.